En la cultura occidental dominante que envuelve el morir de tabú, existe un pensamiento bélico respecto a la enfermedad y la muerte.
Si enfermamos de cáncer debemos “luchar” y si morimos hemos “perdido la batalla”. «Perder», «batalla»… no hemos hecho suficiente, enfermar y morir es un fracaso. Incluso envejecer es visto como una debilidad y un problema, y el mercado nos quiere vender productes y «recetas» para mantenernos siempre jóvenes y productivas.
Este imaginario entiende nuestra salud como una dimensión puramente individual y la muerte como un fracaso por definición. Como si nuestra salud no estuviera directamente relacionada con la societat en la que vivimos. Como si la fragilidad o el morir no fuera parte de nuestra naturaleza.
Somos naturaleza, y el capitalismo es un sistema económico que explota la naturaleza como si fuera infinita, sin respetar sus ritmos ni ciclos. A nosostras, también nos explota como un recurso más de la naturaleza, como si fuésemos recursos ilimitados. Si no somos productivas, hemos fracasado (individualmente) y se nos trata como si fuésemos una carga, como si no sirviéramos ya para nada útil, y el sistema nos expulsa y elimina a través de las necropolítiques.
No «perdemos batallas», sino que morimos. No «luchamos» para vivir, sino que nuestro cuerpo accede a los recursos que necesita para regenerarse, descansar y continuar vivo, y estos recursos tienen que ver con el entorno y los cuidados a los que podemos acceder (desde la calidad del aire y la comida, una atención sanitaria adecuada, hasta el amor).
La buena salud, la buena vida, no es la ausencia de enfermedad y muerte. La fragilidad forma parte de nuestra naturaleza, de nosotras mismas. Enfermar, cambiar, morir, és natural y necesario.
Nuestra salud es siempre colectiva. Ninguna persona sobrevive sola, ninguna persona crece y se desarrolla por sí misma. Somos seres interdependientes, nuestra fortaleza es la solidaridad y el amor.
La salud es siempre colectiva. Somos interdependientes.